OBEDIENCIA A LA AUTORIDAD Parte I

Stanley Milgram es el protagonista de este blog, fue un reconocido psicólogo graduado en la Universidad de Yale. Este experimento se relatará en dos blogs distintos ya que es bastante extenso. En este primer blog explicaremos los objetivos y la preparación, mientras que en el segundo blog publicaremos el desarrollo y los resultados que se extrajeron una vez finalizado el experimento.

A mitades del siglo pasado, se llevaron a cabo una serie de juicios en los que se juzgaba a aquellas personas que habían pertenecido al bando nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, se condenó a muerte a Adolf Eichmann que fue un criminal de guerra de alto rango dentro del bando nazi. A raíz de eso, Milgram empezó a plantear una cuestión. Consideraba si realmente las personas de ese bando actuaban por propias convicciones o iniciativa, o la obediencia que tenían hacia la autoridad era tan ciega que les conducía a actuar de forma totalmente irracional. Planteaba si cualquier persona podría haber actuado igual que lo hizo Adolf Eichmann en el caso de haberse encontrado en su misma situación. Tres meses después de la condena Milgram inició su serie de experimentos. 

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El psicólogo creó un generador de descargas eléctricas en el que había interruptores que indicaban diferentes cantidades de voltios. Había 30 interruptores y cada uno de ellos era 15 voltios más fuerte que el anterior. Se trataba de un generador de descargas falso, realmente no generaba ninguna descarga eléctrica, reproducía un sonido para simular que se trataba de un aparato real. Se incluyeron etiquetas por cada uno de los rangos de descarga, en que se indicaba su nivel de intensidad (“fuerte”, “peligro”, “XXX”...).

Se publicaron anuncios para reclutar a los voluntarios que participarían en el experimento. En los anuncios se decía que serían reclutados para participar en un estudio sobre la memoria y el aprendizaje, es decir, se les ocultó que el experimento realmente trataba sobre la obediencia a la autoridad. Las personas reclutadas tenían entre 20 y 50 años. Se les explicó que se les pagaría por su participación en el  experimento independientemente de lo que pasara durante su desarrollo.

Para desarrollar el experimento se necesitaban a tres personas. En primer lugar, el “experimentador” que es quien hace el papel de investigador del experimento y por tanto, la persona que dará las órdenes. Después tenemos al maestro, que es el voluntario que ha decidido participar en el experimento. Deberá obedecer las órdenes e instrucciones que el experimentador le dé. Por último, tendremos también a un alumno que es un cómplice que se hace pasar por un participante más del experimento. 

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Para hacer ver que la atribución de roles era producto del azar, se utilizó la típica técnica de escribir ambas opciones en un papel para que cada uno escogiera uno y realizase el rol que su papel había designado. En ambos papeles ponía maestro ya que la persona que iba a actuar como alumno era un cómplice y sabía perfectamente que cual era su rol. 


El participante del experimento se sienta en una silla tras una vitrina de vidrio. Detrás de esa vitrina se coloca al cómplice que ejercerá el rol de alumno sentado en una silla y atado a ella para evitar movimientos excesivos. Se le colocan electrodos con crema teóricamente para evitar quemaduras y se le explica que las descargas eléctricas pueden llegar a ser extremadamente dolorosas, pero que no se preocupe que no sufrirá ningún daño irreversible. Se trata de un teatro para dar realismo al experimento a los ojos del participante que está observando des del otro lado de la vitrina. 
Como podéis ver se cuidaron los detalles muy cuidadosamente para hacer que todo fuera lo más real posible. Estad pendientes al siguiente blog, que se publicará la semana que viene en el que podréis saber cómo continúa esta historia.

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